lunes, 11 de mayo de 2009

Animalillo...


Hola, buenas noches

Hoy no escribe Miki, dice que le da pereza y que escriba yo. Perdón por no presentarme: soy la cobaya, también conocida como Sra. Cobaya (ver la foto de la primera entrada para mayor descripción). Bien, la verdad es que no tengo ni idea de qué poner. Os extrañará que una cobaya sea capaz de escribir con el teclado de un ordenador, ¿verdad? Pues más debería extrañaros que sepa hablar, becerros.

Bien, a falta de tema de discusión os voy a explicar lo que he hecho durante el día de hoy. Por la mañana, nada más levantarme, he comenzado la jornada con una sesión de gritos inhumanos (sí, las cobayas gritamos... todo el mundo se queda con cara de tonto cuando lo descubre) y golpes contra la reja de la jaula y el bebedero.

Por los insultos que se escuchaban de fondo, he supuesto que Miki ya estaba despierto e inmediatamente he gritado más aún. Total, para que me diera un maldito puñado de heno asqueroso (además me ha parecido escuchar algo como "un día la estamparé contra la pared". Él es así de simpático cuando lo despiertan.

Por si las moscas, yo me he escondido en mi cajita de zapatos a modo de evitar un destino tan cruel. Cuando el grandullón se ha ido, y tras comprobar que no había nadie cerca, he asomado la cabeza. Me ha parecido que algo se movía y me he vuelto a esconder rápidamente. He permanecido en el fondo de mi caja durante una entretenida hora sin hacer nada más que escuchar por si había alguien. Al final, me he decidido a salir a por el heno, que en el fondo no está tan mal, pero donde esté un buen trozo de lechuga... Total, que he recogido el heno (que también uso de colchón) y he hecho lo que más me gusta hacer: tumbarme y mearme encima de mi propia comida. Después he vuelto a sacar la cabeza, pero me dan miedo tantas cosas que cuando he visto la cantidad de polvo que se movía por la habitación he decidido que mejor que en mi cajita, en ningún sitio.

Así, entre susto y susto, he pasado la mañana, hasta que ha llegado la hora de los cantos gregorianos. Siempre me apetece pegar unos gritos antes o después de comer, y he estado un rato cantando hasta que alguien (creo que el hermano de Miki) se ha acercado peligrosamente a la jaula y ha dicho "¡calla, puta rata!". A mi me la suda lo que me digan, pero me da miedo que gente tan grande y desconocida se acerque a la jaula, por lo que me he quedado 3 tres horas más quieta mirando al final de la jaula hasta que me ha parecido que había pasado el peligro.

No se si os habéis fijado en que una de mis grandes aficiones consiste en estarme quieta sin hacer nada. Pues si no lo sabíais, ahora sí. A esas que bien entrada la tarde, como siempre, ha llegado Miki. Aunque no lo veo, sé que ha llegado a casa por su voz (lo sé, soy demasiado lista). Es entonces cuando pongo en práctica todo mi potencial. Cuando sube el primer escalón en dirección a su cuarto, empiezo a gritar como una posesa para recordarle que a esas horas mi estómago está en las últimas. Después de cagar y mear 50 veces en menos de una hora, eso es normal.

A pesar de mis gritos desesperados, Miki se empeña en cogerme cada vez que llega a casa por la tarde. Entonces yo me intento escapar y esconderme en mi caja, pero su tamaño juega una gran ventaja a su favor. Cuando no me queda más remedio que salir de la caja, mi actitud es de neutralidad total. Me quedo quieta el tiempo que haga falta, siempre en la misma posición y con la mirada fija en el tonto de mi dueño. Me da tanto miedo todo lo que me rodea que prefiero no moverme. Al final, y después de esta tortura china, consigo mi premio: ¡unas jugosas hojas de lechuga! Todo el día estoy pendiente de esas hojas. Sólo vivo por ellas. El día que se le ocurre ponerme una mísera zanahoria o un tomate, me cae el mundo encima.

Después de comer la lechuga, vuelvo a lo mío. Paseo por la jaula, miro por aquí, miro por ahí... Luego me escondo en la caja, dejo que vaya pasando el tiempo y me entretengo mordiendo mi propia casa. No sabéis lo que duelen los dientes en continuo crecimiento. Cuando Miki se va a dormir, y con la única finalidad de entretenerme un ratito, empiezo a morder todas las partes de la jaula que me parece que hacen ruido (véase: bebedor, barrotes, caja de cartón, plástico, madera...). Además, me pego las únicas carreras del día alrededor de la jaula, que suelta lo suyo de mierda. Creo que a él no le gusta mucho, pero me da igual.

Cuando me canso de todo esto me voy a dormir, y todos los días así. ¿Qué os parece? Ésa es mi gran vida. Ah, y no puedo irme sin hacer una mención a una persona muy especial. Se trata de la madre de Miki, Marta, que el pasado viernes hizo cuarenta y diez años. Miki sabe que debería haberla felicitado ese mismo día desde el blog, pero esto es el rincón del vago y resulta que el vago es Miki. Total, que me ha tocado a mí y, a pesar de la escasa relación que tengo con ella, sé que es la mejor madre que se puede tener en el mundo, que Miki no la cambiaría por nada y que la quiere lo inimaginable. Y espero que cumpla muchos años más junto a Miki. Un beso y un abrazo muy grande y muchas felicidades Marta! Con ésto me despido, me espera una larga jornada de ruido y gritos desquiciantes.

Buenas noches a todos, aunque no creo que lo paséis tan bien como yo.

Cobaya

1 comentario:

  1. jajaja me rey mucho imaginando que quiza mis cobayas piensen ese tipo de cosas....

    Un dia mi hermanale gritaba a mi Martincito
    Señññooooor cobayooooo
    Señoor cobayo (con uan voz chillona XD

    y le dijeee
    oye callate te gustraia tener un cobaya gigante gritandoteee sñoraaaa humanaaaaaaa señora humanaaaaa

    jajaj

    Bueno eso.

    saludos cobaya, de mi parte y de Lucas y Toby un par de cobayos sexys 1313 jijji

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